lunes, 30 de julio de 2012

196. Páginas dobladas

Son las ocho y dos minutos de la mañana. La taza de Álex ya empieza a enfriarse y en su cafetería de siempre, en el horario habitual, siguen sin presentarse ni Toni ni Javi.

Tampoco puede decirse que le coja por sorpresa. Los dos, por separado aunque sólo con unos minutos de diferencia, tuvieron la deferencia la tarde anterior de llamarle para decirle que no iban a presentarse. Aún así, a Álex le ha parecido que lo correcto era acudir él, en representación.

Ninguno de sus amigos le dio una explicación para su ausencia, pero no hay que ser un genio para imaginarse el motivo. Algo grave ha ocurrido entre ellos. No sabe el qué, pero entiende que ya se lo contarán cuando lo crean oportuno. Cuando sea el momento de hacerlo.

Hoy tendría que ser un día triste. La muerte de la última gran tradición, una mancha en un inmaculado expediente que sobrevivió a todo tipo de contratiempos, excepto a éste.

Aún así, Álex descubre que se encuentra sorprendentemente tranquilo y que la situación apenas le afecta. Si acaso, considera que era inevitable y tal vez hasta positivo. A veces hay que perderlo todo para volver a encontrar aquello que es realmente importante.

A Álex siempre le han gustado los libros viejos, con los lomos llenos de arrugas y las páginas amarillentas y dobladas. Está convencido de que eso les confiere carácter, una historia que contar.

Nunca fue de esos niños que no sacan sus muñecos de las cajas y que tienen un excesivo cuidado con sus juguetes. Ha aprendido a aceptar las imperfecciones, las taras, los defectos. Para él eso hace que las cosas, lejos de volverse inservibles, aumenten su valor. 

Por eso no le preocupa verse solo esta mañana. Porque aunque hoy sea  día de tormenta, la lluvia siempre trae el arcoiris. Bebe a la salud de sus amigos, se levanta y pasea.


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