martes, 17 de julio de 2012

183. Memorias dañadas

Los grandes actos de amor duran apenas segundos. Son fantásticos, pero se deben a metas demasiado elevadas como para pretender que podamos mantenerlos eternamente.

Durante un instante Jorge decidió que su amor por Silvia era tan grande que podría olvidar todo lo ocurrido, desterrarlo de su mente, como si fuera un ordenador con la memoria dañada.

El propósito es loable. Pero la realidad, burlona, siempre tiene otros planes. Y cuando se despierta por la mañana y ve a su novia aún dormida, le asalta una punzada de dolor al pensar que compartió besos y confidencias con otro hombre.

Lo del sexo le molesta. Que no fuera sólo sexo le molesta mucho más.

Pese a todo sigue a su lado, sin variar un ápice su comportamiento. Un gesto quizás aún más heroico, pero eso a Jorge le trae sin cuidado.  Los héroes de las películas se pueden permitir ser unidimensionales. Él, pese a lo mucho que la quiere, se siente estúpido y traicionado.

¿Es posible retomar a la senda de la normalidad tras una cosa así? ¿Será capaz de llevárselo a la tumba o un día, cuando esté realmente enfadado, se lo echará en cara, multiplicando por cien el veneno que le corroe? ¿Confía en ella o sólo desea que así sea?

¿Qué pasará cuando ella salga una noche sin él? Cuando no sepa explicar su paradero. El día que le recrimine algo, sabiendo que nunca más tendrá derecho a creerse superior a él.

Ese es el problema. Que le es imposible pensar que están en igualdad de condiciones. Quiere hacerlo, pero no puede. El paraíso se marchita por muy galante que quiera jugar a ser.

Silvia despierta y él sonrié y la besa con ternura. De manera convincente, pero fingida. Y en ese momento, el resto de su vida le parece un intervalo de tiempo extremadamente largo.



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