lunes, 2 de julio de 2012

168. Felicidad envasada

Terminan sentados en un banco de un pequeño parque cercano a una estación de metro que abrirá en quince minutos. Elsa, fumadora ocasional, saca una cajetilla de tabaco y enciende un cigarro. Toni se lo roba y da un par de caladas antes de devolvérselo.

A lo largo de la noche se han quebrantado tantas reglas no escritas entre ellos que el gesto del chico ya ni siquiera la coge por sorpresa. Se limita a llenarse los pulmones de humo y pasarle de nuevo el cigarro a Toni, que lo coge de manera casi inconsciente.

Apenas han hablado durante la noche. Se da cuenta de ello, y de algo más. Obsesionado por las palabras, justo el día en que menos las ha usado es cuando ha conseguido alcanzar una comunicación más profunda con Elsa. La ironía se merece una pequeña carcajada.

- ¿De qué te ríes? - pregunta Elsa con curiosidad
- De lo feliz que soy en este momento - admite él sin tapujos

Vuelven a cogerse de la mano y se quedan mirando fijamente a los ojos durante muchos, muchos segundos. Pero en ningún momento hacen siquiera un amago de intentar besarse, como si esa reacción fuera un tabú que no desean desafiar.

A veces la historia general es lo de menos. En ocasiones abrimos paréntesis que merece la pena recordar por sí mismos. Este es uno de esos momentos.

Toni mira el reloj. Las seis en punto de la mañana. Los dos están lejos de sus respectivas casas. Se levantan con parsimonia, se abrazan y entran en la estación de metro. Para bien o para mal, nadie será capaz de entender jamás cómo se sienten en este preciso instante. La felicidad se envasa en minúsculos tarros individualizados que sólo tienen lógica para cada uno de nosotros.

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