domingo, 25 de marzo de 2012

69. Esos momentos que no se describen, que no se olvidan

Las palabras son el lenguaje de la tristeza. Existen miles de combinaciones para expresar nuestro dolor de un modo hermoso, intentando dotar de belleza a unos sentimientos que en nuestros corazones no tienen nada de bueno. Así somos los seres humanos. Por oscuros que sean nuestros pensamientos, en el fondo intentamos convertir la desesperación en algo luminoso.

Por eso las películas, las novelas, pasan siempre de puntillas por el tema de la felicidad. Porque nadie quiere leer páginas y páginas sobre gente feliz. Paradójicamente, nuestro mayor anhelo para la vida se convierte en algo aburrido cuando somos espectadores.

Y sin embargo en la película de nuestra vida son esos momentos de felicidad los que nunca se olvidan y nos dan fuerzas para seguir adelante. Aún cuando descubrimos que resulta imposible describir la emoción de una sonrisa. Lo especial que puede ser un momento cotidiano, frases simples carentes de sonoridad pero rebosantes de significado.

Quizás sea bueno que no podamos describir la felicidad de las cosas sencillas. Porque a nadie realmente le interesa entenderlo, sino experimentarlo. La alegría es un secreto que se susurra al oído y se comparte en los corazones.

Así se sienten Kim y Álex esa noche, en la habitación del hotel, mientras ríen e intercambian historias absurdas y comentarios estúpidos. Nada de lo que se dicen tiene valor más allá de las paredes de esa habitación. Nadie envidiaría ese momento que no tiene nada de particular. Y sin embargo todos nos cambiaríamos por ellos.

Incapaces de cambiar el pasado y de predecir el futuro, a veces hay que apostarlo todo al presente. A un gesto, una mirada, un suspiro por el que valga la pena todo el trayecto recorrido.

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