viernes, 2 de marzo de 2012

46. Profecías autocumplidas

Toni siempre marca distancias entre sus sentimientos y sus palabras. Las últimas las regala, aunque sea a cuentagotas. Los primeros los sufre, en silencio, asediado por miedos irracionales y feroces, que parecen esperar el momento oportuno para materializarse.

Sólo hace tres días que queda con Elsa en la cafetería, pero es tiempo suficiente como para que haya anidado en su corazón un nuevo temor que le carcome las entrañas y le deja sin aliento por las noches. La posibilidad de que Elsa regrese con Pablo, su novio.

En realidad, hay tantos motivos para que sus temores se cumplan como para que no lo hagan. Pero en estos temas uno siempre se siente perdedor. E incluso cuando entiende que quizás nunca acaben juntos, Toni desea, con todo su corazón, que al menos ella no vuelva con Pablo.

Podría intentar buscar excusas para explicar el por qué de este sentimiento. Pero no es un debate en voz alta. No tiene por qué compartirlo con nadie. Y no hay motivos para que se mienta a sí mismo. A veces nuestros deseos son oscuros y mezquinos. Avergonzarnos de ellos (si es que lo hacemos) no nos librarán de su presencia.

Toni tiene miedo. Y cada día siente que le falta un poco más el aire, viendo inevitable que la tragedia se consume y los peores presagios se hagan realidad.

Lo que Toni no entiende es que el miedo es el enemigo, y que al darle poder está permitiendo que se abra paso la corte de las profecías autocumplidas. Y que mientras contiene la respiración, sus temores ya son una realidad. Sólo que aún no lo sabe.

Como una novela cuyo final ya está escrito pero al que aún no queremos llegar, temerosos de que no nos guste lo que nos encontremos en la última página.

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