jueves, 16 de agosto de 2012

213. Cartas marcadas

La segunda sesión con Samantha es, en cierto modo, incluso más dura que la primera.

Gracias a Kim, a que la vez anterior supo cómo hacer pensar a Samantha, cuando ésta llega de nuevo  a la consulta lo hace entendiendo la diferencia entre amor y lo que ella tiene con su novio. El problema es que aparece también con un ojo amoratado.

A Kim le hierve la sangre. Ni siquiera se plantea un modo de decir lo que piensa sin decirlo realmente. Podría hacerlo, pero no le da la gana.

- Tienes que dejarle. Hoy mismo
- No es tan sencillo

Kim quiere protestar, pero lo cierto es que no, no lo es. Y entiende que Samantha no se refiere únicamente a cuestiones como dónde va a vivir y de qué modo logrará alimentarse. Son problemas serios, desde luego, y no pueden tomarse a la ligera. Pero esos aún tienen solución.

Samantha se refiere al problema que supone querer a gente que nos hace daño. Física o emocionalmente. Saber que alguien no nos conviene es el primer paso, pero por desgracia es un paso muy pequeño en un camino gigantesco.

Los días son muy largos. Los pensamientos demasiado caprichosos. Y por mucho dolor o miedo que sintamos, siempre hay un momento en que la mente se evade a los buenos momentos. Se nos hace dífícil renunciar a ellos. Incluso a pesar de que sólo sean una ilusión peligrosa.

Samantha sabe que Víctor es una bomba de relojería y que debe dejarle. Pero saberlo, quererlo y hacerlo son tres conceptos muy distintos. Eso es lo que realmente enfada a Kim. Que la vida juega muchas veces con las puñeteras cartas marcadas.



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