lunes, 28 de mayo de 2012

133. Príncipes azules

Los príncipes azules no existen. Y, ya puestos, tampoco las princesas desvalidas que necesitan que aparezca su héroe para salvarlas porque ellas son incapaces de hacer frente a los problemas. Pensándolo bien, los cuentos de hadas ofrecen unas enseñanzas bastante peligrosas.

No existen, y aún así Kim ha tardado en perder la esperanza. No es que sea ingenua (siempre ha sido más inteligente de lo que muchos creen) pero en su fuero interno opina que las historias infantiles tienen cierta belleza de la que el mundo en el que le ha tocado vivir carece.

Como, por ejemplo, la idea del amor puro. Los amantes destinados a encontrarse, los besos que rompen maldiciones y el "felices para siempre". Si existiera algo así, ¿quién no dejaría todo su cinismo de lado para abrazar un ideal tan maravilloso? Merecería incluso la pena asumir el rol de princesa desvalida. Porque el orgullo no da tanta felicidad como el amor.

Por supuesto, sabe que está hablando de un imposible. La realidad, como siempre, es mucho más mundana y racional. La magia se diluye entre pruebas científicas. Feromonas, aspectos psicológicos, el don de la oportunidad...

Nos fijamos en el físico. Nos motiva lo prohibido y nos aterroriza el compromiso. A veces conocemos a la persona indicada en el momento equivocado y todo se va al traste.  Obstáculos y más obstáculos que no tienen cabida en el mito del príncipe azul.

Allí todos los problemas se solventan. En la vida real no. Tan simple como eso.

Kim le da vueltas a estos pensamientos mientras se dirige a su consulta. Lo que no espera es encontrarse a Álex en la puerta, esperándola, con su sonrisa melancólica. Y, al verle, Kim recae en su viejo hábito y desea, con todas sus fuerzas, creer en los cuentos de hadas.


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