jueves, 10 de mayo de 2012

115. Recuerdos de tiza

Cuando Anabel murió, el mundo de Álex colapsó por completo. De repente el universo se hizo diminuto, el túnel se estrechaba en la distancia y, a lo lejos, sólo había un rostro. El de una mujer cuya sonrisa ya no volvería a ver salvo en sus tristes y desdibujados sueños. A un centímetro y a una eternidad de sus labios.

Sumido en su propio dolor, perdió el contacto con la realidad. Todo era como un sueño macabro en blanco y negro del que no podía despertar. Las palabras de aliento eran mudas y los rostros que le acompañaban aparecían desdibujados por sus propias lágrimas.

Sin embargo lo curioso del caso es que con el tiempo el sonido de las condolencias se hizo audible y las caras en la distancia empezaron a enfocarse. Comenzando por Toni y Javi, que siempre supieron estar allí, a la distancia justa, haciendo valer su amistad en un discreto segundo plano.

No obstante no todo el mundo supo estar a la altura de las circunstancias. A posteriori se dio cuenta de que hubo bajas significativas, antiguos amigos a los que echó de menos. Personas que no entendieron que no todo es pedir, que en ocasiones hay que saber dar.

El rencor formó parte de sus pensamientos durante un tiempo. Pero, con el paso de los días, se dio cuenta de que no tenía nada que reprocharles. Todos nos retratamos con nuestras acciones, y esa gente eligió su camino. Les desea lo mejor. Aunque su puerta está cerrada para ellos.

Son recuerdos en tiza que aprendió a borrar sin más dramatismo del necesario. Quizás en su momento formaron un bonito dibujo. Hoy ya no son nada. Y la vida sigue, y es feliz con lo que tiene, con la gente que conserva.

No malgasta tiempo en echar de menos a quien decidió autoexpulsarse de su vida.



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