lunes, 14 de mayo de 2012

119. Deseos infantiles

Javi recuerda la primera vez que vio la película "Sin miedo a la vida". Cómo le estaba encantando hasta que llegó el final. Hasta que el personaje de Jeff Bridges se debate entre la vida y la muerte.

Vivió aquellos minutos como si se tratara de un drama personal. Y se dio cuenta de que sus sentimientos hacia la película siempre estarían ligados a la resolución de la historia. Si vivía, la amaría incondicionalmente. Si no, la aborrecería sin piedad.

Una situación similar se repite esa mañana, con tres amigos con el corazón en un puño por el destino final de un pequeño pájaro al que llevan cuidando un par de días.

Resulta estúpido jugar con la vida a causas y consecuencias, cuando el universo, si es que realmente se rige por alguna regla, lo hace siguiendo principios más complicados que la fortuna, la justicia moral o los deseos infantiles.

Podemos ser todo lo supersticiosos que queramos. Rogar a dioses invisibles, cruzar los dedos, pensar que tiene sentido que haya días en los que todo sale bien y otros en los que las catástrofes se suceden. Pero al final las cosas pasan independientemente de nuestros pensamientos y deseos.

Y sin embargo aquí están, convencidos de que su propio destino está ligado al del pequeño animal. Necesitan una pequeña victoria que les dé el empujón necesario para confiar en que la vida va a sonreírles.

Un sentimiento tonto, sin duda. Pero no menos que la mayoría de los sentimientos que rigen nuestras vidas y que, en el fondo, definen quiénes somos y nos hacen sentirnos orgullosos de nosotros mismos.

En la película, Jeff Bridges salvaba la vida. Javi desea con todo su alma que se repita el mismo final.


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