lunes, 27 de febrero de 2012

42. Ruleta

Cuando Elsa se levanta, muy temprano, la pequeña bola blanca de la ruleta en la que se ha convertido su vida se pone en movimiento. Podría intentar apostar consigo mismo sobre cómo va a acabar su día. Probablemente perdería.

Toni la espera en la cafetería. Se sonríen y charlan como dos viejos amigos haciendo esfuerzos por borrar del cuadro todo lo que no es estrictamente necesario para pasar un buen rato. Lo que, a estas alturas, es casi todo. Aún así logran engañar al desaliento y la decepción el tiempo suficiente como para hacer que el sol brille sobre su mesa.

Al mediodía Elsa come con una amiga a la que hace mucho que no ve. La pone al día de los acontecimientos, intentando convertir el drama en comedia. Hace un buen esfuerzo, pero aún así no logra ser del todo convincente.

Por la tarde, en casa, rompe a llorar, incapaz de entender el patrón de sus emociones. Recibe una llamada de Toni. Sin espejos entre ellos no necesita maquillar sus lágrimas, así que logra sonar relajada. Si él no la cree, no ofrece pistas de sus dudas. Incluso logra arrancarle una sonrisa y la promesa de un poco más de alegría la mañana siguiente, en su cafetería.

Elsa se va a la cama pensando que su vida es complicada. Lo que quizás no sea justo. O tal vez sí. No tiene ni idea de lo que está sucediendo. No acierta a ver en la bola de cristal qué le depara la mañana siguiente. Y tampoco le importa. Ha llegado el momento de dejarse llevar.

Por eso cuando la bola se detiene, marcando el final de jugada por hoy, Elsa cierra los ojos al lado de Pablo, en la cama a la que hasta hace poco llamaba suya, después de hacer el amor con su ex novio por motivos que no puede ni desea intentar explicar.

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