lunes, 6 de febrero de 2012

21. ...levantarse

La novia de su mejor amigo acaba de morir.

La ex de su otro mejor amigo se fue, rompiéndole el corazón.

Está enamorado de una mujer que jamás le querrá.

Y acaba de perder el trabajo.

Podría seguir así todo el día. La lista de motivos para la tristeza de Toni es lo suficientemente grande como para caer en un bucle autocompasivo que se prolongue indefinidamente. Las cosas no están saliendo bien. Se siente furioso, asustado y dolido.

Su primer instinto es pensar que hay cosas que no se pueden arreglar. El lienzo tiene una mancha que no sale. Las cicatrices son visibles. Los trozos rotos nunca volverán a encajar del todo.

Se permite sentirse así unos minutos, unas horas. Un día entero. Y después, con la sabiduría que otorgan los tragos amargos, se dice con convencimiento que las cicatrices cuentan una historia, como los anillos de los árboles, y que hay que mostrarlas con orgullo, no esconderlas.

Piensa que para perder primero ha sido necesario ganar. Y que sólo los derrotados saben saborear el triunfo como se merece. Únicamente el dolor da sentido a la felicidad.

Y Toni se dice, con convencimiento, que en el ajedrez mueren peones y en la vida mueren sueños, pero mientras sigas en el tablero siempre queda esperanza. Y que el fracaso sólo es la antesala del triunfo. Que hay que sonreír al abismo y saltar una y mil veces, las que sean necesarias, hasta caer de pie con la cabeza bien alta. Sólo los cobardes abandonan el juego.

Sabe que si estás triste, debes llorar. Y si estás enfadado, debes gritar. Y, sobre todo, sabe que cuando caes sólo existe una opción, la única respuesta posible ante la vida, y esa respuesta es...

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