viernes, 17 de febrero de 2012

32. La caja de Pandora

Quedan en una cafetería del centro a media tarde. Elsa no le ha dicho el motivo, pero Toni lo intuye. Hay un lenguaje invisible que se propaga por el aire y nos hace saber este tipo de cosas.

Toni no ve el momento de ver a Elsa, abrazarla y decirle que todo va a ir bien, que no tiene por qué preocuparse. Que él siempre estará a su lado y la ayudará en todo cuando necesite.

No, eso es una puta mentira.

Lo que anhela es que Elsa le diga que quiere estar con él, que necesita que la ame. Lo que desea es  susurrarle un te quiero y besarla. Y después que todo funda a negro y la película continúe como cojones sigan las pelis una vez que ya no hay nadie mirando. Pero como sabe que eso no va a pasar, se miente pensando en la primera opción. En el fondo es una mentira convincente.

Elsa, por su parte, quiere explicarle a Toni cómo se siente. Derruir todas las paredes de su corazón, a ver si entre los escombros encuentra algo que tenga un maldito sentido, que le clarifique por qué es infeliz con Pablo e infeliz sín él. Que la saque de dudas sobre si es un problema del mundo que la rodea, que carece de sentido, o si el problema está dentro de ella..

Pero, en vez de eso, se limita a contarle que ha roto con su novio, intentando proyectar una imagen de fortaleza que se resquebraja por cada poro de su piel. Lo hace quitándole importancia al asunto. No es un drama, dicen sus labios. Pero sí lo es, confiesan sus ojos.

Palabras, tópicos, clichés... Medias verdades, medias mentiras. La sinceridad es un veneno mortal que aplicamos en pequeñas dosis. Elsa y Toni acumulan pensamientos encerrados en una urna de metal donde no pueden hacer daño aunque matan por dentro, como un secreto esperando a ser liberado de su particular Caja de Pandora.

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