sábado, 29 de septiembre de 2012

257. Pequeñas piezas imperfectas

He aquí otro ejemplo de la irremediable contradicción del ser humano. Perseguimos la perfección en todo cuanto hacemos, pero luego nos enamoramos de las imperfecciones.

Es imposible acertar siempre. Ni siquiera Álex y Anabel, la pareja perfecta, se salvaban de eventuales discusiones. Malas contestaciones y noches arruinadas por comportamientos (a veces de uno, a veces de ambos) que no estaban a la altura de lo que ellos podían dar.

Todos desearíamos haberlo hecho mejor en algún momento en nuestras vidas. Con nuestra pareja, con nuestros amigos, en nuestro trabajo... Miramos hacia atrás y nos sorprende los errores de principiantes que a veces fuimos capaces de cometer, tan impropios, tan sangrantes.

Lo curioso es que, pese a todo, nos gustan nuestros fallos. Contamos historias divertidas sobre los momentos más humillantes. Y describimos a nuestras parejas atendiendo a sus defectos. A esas pequeñas manías que deberían sacarnos de quicio pero que en realidad nos encantan.

Toni es un bocazas, pero nadie querría que fuera de otro modo. Porque lo perfecto es aburrido. Lo piensa incluso de sus escritos. Siente más simpatía hacia las obras fallidas. Aquellas que, al revisarlas, comprende de inmediato que había un modo mejor de plantearlas.

Porque los errores (en la vida, en el arte) nos recuerdan que siempre podemos mejorar. Y que nuestra capacidad de amar y perdonar superan siempre al juicio más crítico. Somos imperfectos, lo sabemos y aprendemos a vivir con ello y a querernos por tener los pies de barro.

La excelencia es exigente, fría, sin sentimientos. La auténtica belleza se encuentra en las pequeñas piezas imperfectas que componen el puzzle de nuestra vida. Un puzzle asimétrico, extraño e incompleto, pero del que no podemos despegar los ojos, maravillados por su grandeza.


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