viernes, 14 de septiembre de 2012

242. Viejos conocidos

Es increíble la manera en la que el tiempo deforma la percepción que tenemos de otras personas. De repente saludamos con gran alegría a viejos conocidos a los que en su momento no aguantábamos y con los que, en el mejor de los casos, cruzamos media docena de palabras.

Pero el hecho de reencontrarnos con alguien después de mucho tiempo hace que la lógica se rompa y traicionemos nuestros propios recuerdos. Buscamos inmediatamente la conexión. Recreamos el pasado para dulcificarlo y manipularlo a nuestro antojo, como si fuera plastilina.

Por eso en los entierros nadie habla mal de los muertos. 

Toni se cruza en la calle con Pablo, el ex novio de Elsa. De haberlo visto cinco segundos antes, habría optado por cambiar de acera. Pero casi se ha chocado con él, de manera que no le queda más remedio que detenerse y participar en un absurdo juego de vacíos convencionalismos sociales.

A Toni jamás le cayó bien Pablo y el sentimiento era mutuo. Peor aún, ninguno de los dos hizo nunca nada por disimularlo. Las pocas veces que se vieron obligados a coincidir, en alguna fiesta, la tensión se respiraba en el ambiente.

Sin embargo, esta mañana Pablo se comporta como si acabara de reencontrarse con un gran amigo. Parece feliz de ver a Toni. A pesar de que lo intenta, éste es incapaz de percibir ni una sola pizca de ironía en las elogiosas palabras del chico.

¿Qué hace que valoremos a las personas más por su ausencia que por su presencia? se pregunta Toni. Le fascina ver cómo las personas son capaces de reescribir sus vidas de un modo tan alegre. Cómo los encuentros casuales nos otorgan la misericordia de conceder una segunda oportunidad a aquellos a los que, cuando tuvimos más cerca, despreciamos sin remordimientos.




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