jueves, 15 de noviembre de 2012

T.J.

Nunca se va tan lejos como cuando no se sabe a dónde se camina.

La frase es de Robespierre, pero encaja perfectamente con la situación de Elsa. Durante los últimos meses no ha dejado de viajar, tratando de encontrarse a sí misma o alejarse, no lo tiene del todo claro. En cualquier caso, el éxito no le ha acompañado en su pequeña empresa.

Ha tenido un par de relaciones cortas o aventuras largas, los límites son difusos. Pero ninguna resultó satisfactoria ni acabó bien. Termina por aceptar que, en la repetición constante de patrones dolorosos en su vida, el problema reside en ella y en su incapacidad para ser feliz.

Hasta que en una ciudad sin nombre conoce a un chico sin nombre. T.J. Nunca llega a averiguar qué significan las iniciales.

T.J. es camarero en un pequeño bar y logra lo que casi nadie ha conseguido: ver a través de Elsa. Inexplicablemente, al menos para la chica, logra ganarse primero su confianza y luego su corazón.

En el proceso, T.J. la convence para que deje de ofuscarse en la búsqueda de respuestas a preguntas que a nadie le interesan y que se permita la audacia de intentar algo diferente con su vida: disfrutarla. No está maldita, como le gusta creer. Simplemente tiene que darse un respiro.

Comienzan a salir. Tampoco dura mucho, pero por primera vez en su vida Elsa no siente el peso del fracaso cuando su relación se rompe. Todo resulta natural. Dejan de estar juntos cuando llega el momento de que dejen de estarlo, y ninguno de los dos sale herido. Continúan siendo amigos.

La relación con T.J. le abre los ojos a una nueva realidad en la que se permite abrir la puerta al optimismo. Regresa a casa. Encuentra su sitio en el mundo. Se siente en paz consigo misma. Y dos semanas más tarde, se reencuentra con Toni a la salida del metro.


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