viernes, 16 de noviembre de 2012

Lo que dura una noche

Se encuentra a Toni a la salida del metro. Paradojas de la vida, parece que los dos acaban de volver a la ciudad. Y ésta ha querido celebrar el regreso de sus hijos pródigos propiciando una reunión casual que coge a ambos por sorpresa.

Toni, que parece alegrarse de verla, la invita a tomar un café. Meses atrás habría reaccionado a la defensiva, examinando la situación desde todos los ángulos. Mezclaría pasado, presente y futuro. Pondría en la balanza acciones que ya han prescrito y que no tienen cabida en esta deliberación.

Pero esa era la antigua Elsa. La nueva se da cuenta de que no importa cuánto haya podido querer u odiar a Toni en el pasado. Ni tampoco es relevante qué pasará mañana entre ellos. Todo se resume en una sencilla pregunta: ¿le apetece pasar un rato esta noche con él?

La respuesta es "Sí". A partir de ahí, todo es dejar que la historia se construya sola.

Al final su café se convierte en una cena que se convierte en una noche de baile que se convierte en un paseo hasta el amanecer. Y disfruta cada uno de los pasos del camino.

Aprovechan para ponerse al día sin hablar realmente de lo que han estado haciendo. Pero esa información es irrelevante. Los dos parecen felices. Es todo cuanto necesitan saber.

Cuando Elsa está a punto de coger el metro de regreso a casa, Toni le propone que se vean dentro de seis meses. Acepta. Ya a solas, apunta la fecha en la agenda y decide olvidar el tema hasta que llegue el momento. No es bueno hacer planes a largo plazo. Ni rechazarlos.

Entiende que no debe limitarse a vivir anclada en el pasado o pensando en el futuro. Ha sido una noche maravillosa por sí misma. Como deberían serlo todas. La magia de estos momentos dura lo que dura la noche. Nada más. Y nada menos.


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