martes, 20 de noviembre de 2012

La decididamente pintoresca historia de cómo se conocieron

Dos de la madrugada. Llega a la calle donde se supone que dejó aparcado su coche temiendo, como siempre, que ya no esté allí. Es uno de esos miedos irracionales que siempre le persiguen. 

La buena noticia es que el coche sigue en su sitio. El problema es que cuenta con un pasajero extra. Una chica que está en el asiento del conductor, agachada, intentando encontrar algo de sentido al manojo de cables que tiene entre sus dedos. 

Al notar que no está sola deja lo que está haciendo, con un gesto de culpabilidad en la mirada.

- Asumo que eres el dueño del vehículo, ¿verdad?
- Así es - contesta el chico - ¿Puedo yo asumir que estás intentando robármelo?
- Sí - admite ella - Pero tengo una explicación. Si quieres oírla...
- Me encantaría 

Supone que debería sentirse enfadado y nervioso. Que lo más sensato sería llamar a la policía de inmediato. Pero hay algo en la chica que le resulta tranquilizador. Quizás es su sonrisa, o su tono de voz. O lo torpe que parece como ladrona.

- Por cierto, no eres muy buena en esto, ¿verdad?
- ¿En hacer puentes? Primera vez. Pero también es la primera vez que abro un coche y ahí lo clavé

Agacha la cabeza avergonzada. Pero no por el delito, sino por su falta de pericia.

- Te he mentido - admite - Te lo dejaste abierto
- Vaya. Aún así sigo queriendo escuchar esa explicación. Por cierto, me llamo Carlos
- Yo soy Kim - se presenta - Ya que estamos, ¿te importaría dejarme las llaves? Lo haría todo infinitamente más fácil.


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