martes, 27 de noviembre de 2012

Dolor en un vaso de alcohol

Pide que le sirvan otra copa. Es la quinta que se toma. A estas alturas esperaba estar lo suficientemente borracho como para que nada le importara. Confiaba en que la bebida aturdiera sus sentidos. Por desgracia, parece que la rabia es capaz de mitigar los efectos del alcohol.

La camarera le mira y se lo piensa. Conoce a Álex y sabe que este comportamiento no es propio de él. Pero el chico no parece necesitar una salvadora, no está haciendo nada ilegal y su dinero es tan bueno como el de cualquier otro, así que finalmente le sirve un nuevo ron cola.

Su novia, Ángeles, acaba de cortar con él para empezar a salir con un gilipollas un par de años mayor. La clase de cosas que pasan todos los días en la universidad y nadie se muere por ello. Pero saber que su situación no es extraordinaria no le hace sentirse mejor. 

Lo racional sería llamar a algunos amigos, llorar por la ruptura, salir por ahí para superarlo y, en cuestión de algunas semanas, haberse olvidado por completo del asunto. ¡Por el amor de Dios, tiene 19 años! La vida funciona así a esta edad. 

Pero el problema es que Álex no piensa pasar página tan fácilmente. Confunde el "no querer", la verdad del asunto, con "no poder", la excusa que se pone para justificar su estúpido plan.

Se siente humillado, herido, utilizado. Y está decidido a hacer que las tornas cambien. Va a consagrar todos sus esfuerzos a ello. Va a conseguir que Ángeles vuelva a enamorarse de él. Que regrese a su lado. Y entonces, podrá tener la última palabra en esta ruptura.

Rabia y deseos de venganza se mezclan en su garganta con el sabor del ron. No satisfecho, pide un trago más. Inconscientemente desea que la borrachera le traiga lucidez y le convenza de no seguir adelante con su objetivo. Por desgracia, no lo consigue.


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