viernes, 5 de octubre de 2012

263. Última escala

La pantalla indica que los pasajeros con destino a Berlín, la ciudad donde vive Martha, pueden embarcar. La mujer camina hacia la puerta señalada en compañía de Álex, que lleva su mochila a cuestas y un nuevo billete en las manos.

Se dan la mano en un gesto instintivo. Están a punto de subir al avión. Lo que para Álex significa cambiar radicalmente el rumbo de su historia. Traga saliva.

Lleva todo un año reflexionando. Teorizando, pensando, analizando. Desgranando los motivos de sus acciones, considerando las posibilidades, intentando adivinar por qué hace lo que hace. Cómo vencer a sus miedos, cómo tomar las decisiones correctas. Horas y horas de introspección.

Y todo para tener que tomar una decisión crucial en apenas medio minuto.

Piensa. En Anabel. En Kim. En sus amigos. Sus sueños. La tristeza. La alegría. El día en el parque de atracciones. La mujer del museo. La casa de la playa. Esta noche en el aeropuerto. La promesa de un mañana mejor. Sus deseos. Todo mezclado sin orden ni concierto.

Dicen que en los instantes antes de morir la vida entera pasa por delante de tus ojos. Pero Álex no está seguro de que eso sea cierto. Cree que hay un filtro que hace que sólo veas las cosas verdaderamente importantes. Pocas imágenes pero de gran valor. Lo sabe porque él tiene una revelación similar.

Suelta la mano de Martha, la mira a los ojos y le dice que no puede acompañarla. Ella lo entiende. Se besan en la mejilla y se separan. Sin tiempo para la melancolía, Álex corre a coger su otro vuelo. Ha hecho una elección. Ha elegido la historia cuyo final no está en sus manos. Sólo espera para que la vida no tenga un sentido del humor demasiado retorcido y crea en los finales felices.


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