lunes, 14 de enero de 2013

Viejas historias

Durante la cena Toni y Elsa empiezan a rememorar viejas historias. Retazos de sus vidas que vuelven a cobrar brío gracias a la pasión que despliegan a la hora de hablar de ello.

Comienzan, cómo no, por sus favoritas. Aquellas que más les han marcado, las que no se cansan de contar una y otra vez ante públicos diversos.

Después pasan a hablar de otras anécdotas en las que quizás piensan menos, pero que también son importantes para ellos. Van desplegando todo su repertorio entre risas. Ambos conocían ya la mayoría de las historias. Pero aún así disfrutan al escuchar las narraciones de nuevo.

Porque lo importante no es realmente lo que se cuenta, sino quién lo cuenta y cómo lo hace. La fascinación que demuestran. El interés que despiertan en el otro. Se sienten felices por poder compartir vivencias, como si fuera el empujón que necesitan para seguir fabricando nuevos recuerdos conjuntos de los que poder seguir hablando dentro de un año, de diez, de cien.

Llega un momento en el que el impulso inicial comienza a decaer. A pesar de lo mucho que se esfuerzan se van quedando sin cosas que contar. Las anécdotas son cada vez menos interesantes. Incluso llegan a repetir algunas de las que contaron al principio de la noche. Los dos son conscientes de que están alargando artificialmente una conversación que ya no da más de sí.

Aún así se resisten a dejar de hablar. Se lo están pasando tan bien que les gustaría seguir así eternamente. No quieren perder lo que sienten ahora mismo.

Pero entienden que, pese a sus deseos, hay que saber cuándo detenerse. Han disfrutado de su velada y dado lo mejor de sí mismos. Ahora toca levantarse de la mesa y dejar que las viejas historias descansen.



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