miércoles, 9 de enero de 2013

Muerte

Álex siempre ha tenido el convencimiento de que morirá a los 45 años. Es una idea que de algún modo se le metió en la cabeza en la adolescencia. Y desde entonces no ha cambiado de opinión.

Vivir tantos años con esa certeza, por absurda que pueda parecer, le ha traído paz a su vida. Cuando habla del tema no lo hace con malestar o con afán provocador. Simplemente constata un hecho. Y creer que conoce su fecha de caducidad le ayuda a centrarse en sus objetivos.

Al principio hablaba del tema si no con alegría, al menos sí con despreocupación. Pero al darse cuenta de que sus amigos se molestan al oírselo decir, ha optado por guardárselo para sí mismo. Entiende su punto de vista, pero no lo comparte. Si al final resulta que tiene razón, lo que deberían hacer los demás es disfrutar de su presencia tanto como puedan. No guardarse nada.

A los muertos no les importan las confesiones ni las muestras de cariño tardías. 

Sólo se ha sentido culpable por pensar así una vez, cuando murió Anabel. Durante un tiempo creyó que era el modo que tenía el universo de castigarle por tomarse con aparente frivolidad el tema de la muerte. Su penitencia por una idea molesta que nunca debería haber compartido.

Pero cuando el periodo de luto comenzó a remitir, se liberó a sí mismo del peso de la culpabilidad. A la vida no le importan nuestras sospechas o supersticiones. Si estamos en lo cierto o nos equivocamos. Vivimos o morimos sin que haya ningún motivo especial para ello.

Así que sigue pensando lo mismo. 45 años. Le queda tiempo suficiente para hacer todo cuanto quiere lograr en la vida. Dejar un legado, terminar algo de lo que sentirse orgulloso. Amar y ser amado. Y si lo consigue, cuando la Muerte venga a buscarle, sea en esa fecha, antes o después, le abrirá la puerta con una gran sonrisa. Aceptando que la vida es un suspiro. Sólo eso.



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