domingo, 9 de diciembre de 2012

Promesas

Dicen que un hombre vale lo que vale su palabra. Y es cierto.

Todos entendemos que la vida es imprevisible y que los contratiempos pueden jugarnos malas pasadas. Pero precisamente por eso deberíamos aprender a no hacer promesas a la ligera. Tenemos la mala costumbre de usarlas como muletillas, simples palabras que se lanzan al viento, sin valor vinculante, de modo que podamos saltárnoslas cuando nos plazca.

Para Toni su palabra es sagrada. Por eso, horas después de que Elsa le rompa el corazón, con la mente en otra parte, el corazón dividido en mil pedazos y los nervios destrozados, se sienta delante de su ordenador y comienza a teclear la historia que prometió que entregaría al día siguiente.

Sabe que puede poner una excusa y librarse del problema. Si su historia no sale en la revista esa semana no pasará nada. El mundo no se acabará, la gente no se rasgará las vestiduras. Son contratiempos, gajes del oficio, cosas que pasan. Seamos sinceros: a nadie le importa.

A nadie menos a Toni. Prometió que haría algo y piensa cumplir su promesa. Aún cuando no le apetece escribir, cuando sabe que no está en las mejores condiciones para hacerlo. Porque al final lo que queda no son los motivos, sino el resultado. Si rompe su palabra, poco importará el por qué.

Acaba la historia. Es mediocre, muy por debajo de sus posibilidades. Posiblemente se convierta en un borrón en su historial como escritor. Una vez que lo publique, jamás podrá retornarlo al cajón de lo inédito. Si le da vida, la obra, por mala que sea, vivirá.

Y aún así, no le importa. Prefiere decepcionar con el resultado que no faltar a su promesa. Es su credo, su religión. Porque tiene miles de fallos, pero su palabra aún significa algo. Y no está dispuesto a sacrificar esta verdad por nada del mundo.


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