A Sara no le gusta decir "te quiero" ni que se lo digan a ella. La pone nerviosa e irritable. No cree demasiado en las palabras. Y la necesidad que tienen ciertas personas de reafirmar continuamente sus sentimientos siempre la hace sospechar que no son del todo sinceras.
No le agradan los regalos de aniversario, ni la tontería del Día de San Valentín, ni las demostraciones públicas de afecto. Se siente terriblemente incómoda en estas situaciones.
Odia que le regalen flores, le parece lo más tonto del mundo. Las flores se marchitan y mueren. No son útiles, no son duraderas. Se parecen demasiado a las promesas de algunos novios.
Le sacan de quicio los diminutivos cariñosos, los "cielo", "corazón", y demás sandeces que se regalan algunas parejas. No soporta las comedias románticas ñoñas y hablar sobre sus sentimientos. Siempre elude el tema. Antes lo hacía con una sonrisa. Ahora ni siquiera se esfuerza en intentar ser amable.
Pese a todo, Sara no se considera a sí misma una persona fría o poco sentimental. Más aún, se define como una romántica empedernida. Pero a ella le interesa el amor verdadero, no los adornos, tonterías y artificios absurdos que parecen fascinar al resto del mundo.
Le fascina la esencia del sentimiento, eso que ni se ve ni se comparte, sólo se vive. Todo lo demás le parece palabrería barata, un ejercicio narcisista de gente desesperada por parecer maravillosa. Es intentar crear magia falsa recurriendo a los trucos más viejos y baratos del mercado.
Prefiere no participar del engaño. Si alguien piensa que los arrumacos y las miraditas y ese tipo de chorradas son auténtico romanticismo, ese es su problema. Pero que no cuenten con ella para perpetuar la mentira.
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