Cuando Javi se despierta antes que Sara, se levanta intentando no hacer ruido, para que ella pueda seguir durmiendo. Pero si es Sara la primera en desvelarse, de inmediato comienza a hacerle cosquillas a su novio, obligándole a ponerse también en pie.
La primera vez él se molestó un poco, al considerar aquella una actitud de lo más egoísta. Pero con el tiempo la idea empezó a parecerle cada vez más divertida, hasta el punto de que ahora a veces finge seguir dormido sólo para que ella pueda abalanzarse sobre él.
De modo que el día empieza con risas y una lucha fingida entre las sábanas que termina con la feliz pareja haciendo el amor. Después Javi se levanta y se da una ducha. Sara se cuela por sorpresa en el cuarto de baño. Hacen el amor por segunda vez.
24 horas más tarde Sara estará en la cama con otro hombre.
Si no le encuentran sentido es porque no lo tiene. En los meses siguientes la chica volverá mentalmente una y otra vez sobre sus pasos, tratando de comprender la secuencia de acontecimientos. La lógica dictamina que, para hacer lo que hizo, tenía que sentirse muy desgraciada. Pero es incapaz de recordar haberse sentido así en esa época.
Así es la vida. Nuestro cerebro intenta ordenar fechas y sucesos de acuerdo a unos parámetros coherentes, pero falsos. Reímos tras una tragedia, amamos tras un desengaño. Aunque las piezas no encajen, lo curioso del caso es que son las correctas.
El mundo está lleno de actos sin sentido e incoherentes. Pasamos de la risa al llanto en cuestión de segundos. Amamos, odiamos y cambiamos de opinión a cada instante. Somos una imprevisible caja de sorpresas. Y no siempre agradables.
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