En asuntos musicales, Toni es una persona muy obsesiva. Cuando se siente cautivado por una canción es capaz de escucharla cientos de veces, consecutivamente, sin cansarse. A la hora de escribir, incluso selecciona un tema que necesita que suene mientras está delante del teclado.
Durante un tiempo esa canción forma parte de su vida. Aprende a amarla, a identificarla con un estado de ánimo. Se convierte no sólo en parte de su rutina, sino en parte de sí mismo. Desarrolla un fuerte vínculo afectivo con esa pieza.
Luego, un día, sin aviso previo, empieza a sentirse hastiado de escuchar los mismos ritmos. Lo que hasta el día anterior funcionaba ya no lo hace. La magia se rompe y, lo que es peor, incluso llega a cogerle cierta manía a la canción que tanto significó para él tiempo atrás. No sólo es que no quiera seguir escuchándola. Es que, cuando lo hace, no sabe identificar qué es lo que le gustaba de ella.
Entonces prueba con nuevas melodías. Las que, según cree, reflejan verdaderamente sus sentimientos. Así es durante un tiempo. Días, meses, a veces hasta años en los que se siente ligeramente avergonzado por sus gustos anteriores. Hasta que un día se reencuentra con la antigua canción, esa que amó y repudió. Y la hace sonar sin saber bien qué espera que suceda.
Y, como un viejo amigo al que hace tiempo que no se visita, de repente la música hace que los recuerdos empiecen a emerger de nuevo en su cabeza. Sonríe al redescubrir la belleza de lo que una vez lo significó todo para él, aunque llegara a convencerse de lo contrario.
Aprende a amar de nuevo a esa canción cautiva que, quiera admitirlo o no, siempre estuvo ligada a su alma. Aún si desafinamos al tararear una melodía, y a pesar de algunas ejecuciones poco inspiradas, con los ajustes correctos ésta sigue conservando su belleza primigenia.
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