Álex decide usar el arma más destructiva del mundo: la verdad.
Le cuenta a Julia que ha vuelto a ser amigo de Ángeles y que ha conocido a su nuevo novio. Habla maravillas de él, admitiendo que es capaz de hacerla feliz de un modo que él nunca fue capaz. Se menosprecia a posta, con falsa humildad.
De repente, se le ocurre una gran idea. Deberían quedar los cuatro para tomar algo. Lo dice con despreocupación, sin que la situación le parezca extraña. Es imposible detectar segundas intenciones en sus palabras. Pero las hay. Vaya que sí.
Lo curioso del caso es que, cuanto más insiste Álex, menos ganas tiene Julia de que su amiga se una a ellos. Ha empezado a disfrutar de la compañía del chico y ahora no le apetece compartirlo con nadie. Y menos con la mujer que le destrozó el corazón. Por mucho que esa mujer sea, teóricamente, su mejor amiga.
Una vez que Álex se percata de este hecho, una tarde, de forma aparentemente casual, le comenta a Ángeles que ha quedado con Julia. Sí, se han hecho amigos. ¿No se lo había dicho?
Su ex novia hace exactamente lo que él espera: va rápidamente a hablar con Julia. A pedirle que no quede con Álex. Pero no es capaz de darle un sólo motivo convincente por el que tendría que hacerle caso. Y como jamás admitirá que está un poco celosa, su alegato no tiene ninguna fuerza. Simplemente parece el capricho infantil de alguien acostumbrado a salirse siempre con la suya.
Julia, por su parte, se molesta ante la actitud de su amiga. No le gusta que le digan a quién puede ver y a quién no. Y de este modo su interés por Álex se acrecienta. No piensa hacerse a un lado.
Las dos amigas pelean. En las sombras Álex observa, satisfecho.
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