No está siendo un buen día para Eva. Hace un calor agobiante, le duele mucho la cabeza y acaba de discutir por teléfono con su novio. A decir verdad las cosas no le han ido demasiado bien desde que llegó a Ruanda con Médicos sin Fronteras dos meses atrás.
Todo son problemas y complicaciones. Quisquillosa e irascible, ignora una broma que le hace Jean Luc, su compañero, mientras piensa aún en la conversación con su prometido, que sigue sin entender qué diablos hace tan lejos de casa. Hay días en los que ella tampoco lo entiende.
La tranquilidad desaparece en un segundo. Un coche se acerca. De su interior descienden un hombre nervioso que no deja de gritar y una mujer que sangra abundantemente por el estómago.
Jean Luc le hace de traductor. Militares, revuelta, bala perdida. Eva tumba a la mujer en la mesa quirófano, mientras la examina. La herida tiene mala pinta. Muy mala. Se pone manos a la obra
Ese es su trabajo: salvar vidas. Los pacientes dependen de ella, de su pericia. No les importa en absoluto su estado de ánimo. Por un momento envidia a sus amigas. En sus trabajos, lo peor que puede ocurrirles es que las despidan. Eso es solucionable. La muerte de un paciente, no.
Se fija por vez primera en un niño pequeño que observa la escena en silencio, en una esquina. Evidentemente es el hijo de la mujer. Y Eva al verle decide que no va a permitir que se quede huérfano. Esa familia se va a casa al completo. Posiblemente sus vidas sigan siendo una mierda y mañana lo tendrán todo igual de complicado. Pero hoy las cosas van a salir bien. Tiene que ser así.
Milagrosamente, la mujer se salva. El hombre no deja de darle las gracias y el niño, inmóvil hasta ese momento, la abraza. Eva suspira aliviada, sin ser capaz de recordar siquiera a qué se debía su mal humor de horas atrás. Está feliz. Es uno de los mejores días de toda su vida.
Todo son problemas y complicaciones. Quisquillosa e irascible, ignora una broma que le hace Jean Luc, su compañero, mientras piensa aún en la conversación con su prometido, que sigue sin entender qué diablos hace tan lejos de casa. Hay días en los que ella tampoco lo entiende.
La tranquilidad desaparece en un segundo. Un coche se acerca. De su interior descienden un hombre nervioso que no deja de gritar y una mujer que sangra abundantemente por el estómago.
Jean Luc le hace de traductor. Militares, revuelta, bala perdida. Eva tumba a la mujer en la mesa quirófano, mientras la examina. La herida tiene mala pinta. Muy mala. Se pone manos a la obra
Ese es su trabajo: salvar vidas. Los pacientes dependen de ella, de su pericia. No les importa en absoluto su estado de ánimo. Por un momento envidia a sus amigas. En sus trabajos, lo peor que puede ocurrirles es que las despidan. Eso es solucionable. La muerte de un paciente, no.
Se fija por vez primera en un niño pequeño que observa la escena en silencio, en una esquina. Evidentemente es el hijo de la mujer. Y Eva al verle decide que no va a permitir que se quede huérfano. Esa familia se va a casa al completo. Posiblemente sus vidas sigan siendo una mierda y mañana lo tendrán todo igual de complicado. Pero hoy las cosas van a salir bien. Tiene que ser así.
Milagrosamente, la mujer se salva. El hombre no deja de darle las gracias y el niño, inmóvil hasta ese momento, la abraza. Eva suspira aliviada, sin ser capaz de recordar siquiera a qué se debía su mal humor de horas atrás. Está feliz. Es uno de los mejores días de toda su vida.
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