- ¿Qué me estás ocultando? - pregunta María, insistente, por tercera vez
Anabel suspira, resignada. Se da cuenta de que quedar con su amiga ha sido una mala idea. Sabía que no iba a dejar de darle vueltas al tema de la identidad del misterioso chico con el que la vio, y por eso quería cortar de raíz las especulaciones. El problema es que lo único que está consiguiendo es que María sienta que sus sospechas van tomando más fuerza a cada minuto que pasa.
- Por última vez, Marcos es sólo un amigo - se justifica, consciente de que su énfasis en recalcarlo hace que cada vez sea menos creíble
- ¿Y de dónde dices que lo conoces?
- Trabaja en una tienda
- Está bien - dice, concediéndole una tregua - ¿Vamos mañana de compras?
- Mañana no puedo. Tengo que hacer una cosa...fuera de la ciudad
- Ya
Ha perdido la batalla y lo sabe. Y todo por intentar no alejarse demasiado de la verdad. Podría haberse inventado una historia que sonara convincente. Pero Anabel no quiere hacerlo. Para ella sería tanto como admitir, entonces sí, que hay algo de malo en su relación con Marcos.
Es curioso cómo cuando mentimos somos más convincentes que al ser sinceros. Quizás porque las historias que inventamos tienen sentido, mientras que la realidad es esquiva, absurda y difícil de entender. Las mentiras nos dicen aquello que queremos escuchar. Suenan mejor, saben mejor. Nos gustan tanto que a veces terminamos por creérnoslas hasta nosotros mismos.
Como cuando Anabel dice que Marcos es sólo un amigo.
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